viernes, 31 de mayo de 2013

articulo segundo (segunda parte)

Si la ignorancia es el más firme apoyo del despotismo, es imposible destruir este sin disipar aquella: mientras subsista esa madre fecunda de errores serán puestos en problema los más incontrovertibles derechos o se confundirán con los más perniciosos abusos, resultando no menos funesto que el primero. De aquí procede que muchos creen amar la LIBERTAD, cuando sólo buscan el libertinaje, olvidando que aquella no es sino el derecho de obrar lo que las leyes permiten, como lo demuestra un escritor del siglo de Luis XIV. Propenso el hombre a abusar de sus mismas preeminencias se lisonjea siempre de encontrar en ellas la salvaguardia de sus crímenes y cree vulnerados sus derechos, cuando se trata de fijarles el término moral que los circunscribe o cuando se le advierte el precipicio a que conduce su abuso: infatuado por el error atropella a la autoridad de la razón y prostituyendo sus derechos los destruye y mira como a un opresor al que quiere sujetarlo en la esfera de sus deberes. Por desgracia el corazón llega a ser cómplice en estos delirios y entonces la reforma es más difícil, pero todo el mal procede de un principio. Incierta y vacilante la razón entre el error y la ignorancia, degeneran sus ideas y el bien o el mal causan iguales impresiones en la voluntad, porque el instinto moral que sigue en sus movimientos, la vicia por su propia contradicción y la seduce con ambiguos y prestigiosos impulsos.
Bien sé que otras causas contrarias han producido muchas veces los mismos efectos; por desgracia los más saludables remedios que sugiere la filosofía para curar las enfermedades del género humano, empeoran su miserable destino y doblan el fardo pesado de sus desgracias cuando se quiere derogar la naturaleza de las cosas, en vez de reparar sus accidentales vicios. La ilustración es el garante de la felicidad de un estado; pero cuando llega a generalizarse en todas sus clases, cuando el refinamiento de las ideas se sustituye a la exactitud y solidez; cuando el invariable sistema de la naturaleza es atacado y controvertido por la osadía seductora de las opiniones de los sabios innovadores, entonces el remedio es peor que el mal, y si antes las tinieblas ocultaban la verdad, la demasiada luz propagada indiscretamente deslumbra los ojos de la multitud y semejante al que sale de un oscuro recinto a recibir de golpe las vivas impresiones que comunica el sol en medio de su carrera, confunde la realidad de los objetos con sus ficticias especulaciones y corre en pos de bellezas imaginarias que se alejan de él cuanto más se empeña, al modo que el término del horizonte sensible que siempre huye del que pretende saciar la vista con su inmediación. Quizá fue esta una de las causas que frustraron en nuestros días el plan suspirado de una nación siempre grande en sus designios. La ilustración era casi general y las ideas apuradas por esos genios sublimes que desde el reinado de Luis el grande preparaban la ruina del último Capeto, habían conducido los espíritus a un grado de prepotencia que todos se creían con derecho a ser jefes de partido. Cada uno consideraba la esfera de sus conocimientos más dilatada que la de los demás y el espíritu exclusivo multiplicaba las facciones a proporción de los sabios que se sucedían. Pululaban sectas y partidos en todas partes; pero la nulidad e insuficiencia era el carácter de unos y otras; entonces la desolación y el incendio pusieron término a los progresos del delirio y pasando de un extremo a otro elevaron un trono colosal sobre las ruinas del que acababan de destruir, olvidando que poco antes juraron un odio eterno y perdurable a todos los tiranos de la tierra.
Tan funesta ha sido algunas veces la influencia de la razón exaltada y envanecida por la rapidez de sus progresos: parece que nuestra estirpe está condenada a ser siempre miserable, ya cuando se arrastra humildemente en las sombras de la ignorancia, ya cuando se sobrepone a los errores y enarbola con vanidad el pabellón de la filosofía. A pesar de tan misteriosas contradicciones, es más vergonzoso que difícil reducir a un soso principio el origen de esta sucesión de males. La ignorancia degrada al hombre, el error le hace desgraciado, la ilustración llega a extraviarlo cuando conspira con sus pasiones dominantes a ocultarle la verdad y conducirlo al precipicio con brillantes engaños. El corazón humano tiene un odio natural al vicio y mira con pánico terror las desgracias a que le conduce: pero luego que se le disfraza la deformidad de aquel y se le oculta el tamaño natural de estas, depone sus sentimientos naturales y se entrega con insolente complacencia al nuevo impulso que recibe. La consecuencia de estos principios es de muy fácil ilación: el error precipita a1 ignorante y la corrupción al sabio. Desgraciado el pueblo donde se aprecia la estupidez, pero aún más desgraciado aquel donde los vicios se toleran como costumbres del siglo (*). Concluyamos que es preciso ilustrar al pueblo, sin dejar de formarlo en las costumbres, porque sin estas toda reforma es quimérica y los remedios llegarán a ser peores que el mismo mal.

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